En la escena, ocupada por una oscuridad casi absoluta, brillan varios pares de ojos.
Registra los rastros que dejaron su paso veloz,
dibuja los registros que dejaron su paso veloz,
rastrea los dibujos que dejaron su paso veloz.
Una voz, que se sabe está fuera del escenario, lee en voz alta la cita bíblica: “Bajo mi piel, mi carne cae a pedazos”,
Job 19:20.
Voy a recorrer el dibujo con microscopio, voy a encontrarle las escamas, voy a leerle en las escamas los caminos recorridos, las esquinas en las que no dobló a tiempo
y chocó la cola, ocasionándole un hematoma.
Y si el tiempo retorció la cita y en verdad decía: “Mi carne cae a pedazos, y sobre ella, mi piel”.
Las escamas, que en algún momento fueron la escardilla del polvo, ahora son el surco. A los vellos, las escamas.
A los vellos, las escamas.
Cada par de ojos, junto con los brillos que reflejan,
se mueven por el escenario sin un patrón definido. Van descendiendo hasta llegar casi al nivel del piso. El parpadeo se vuelve cada vez más acelerado. Un haz de luz recorre
el escenario buscando evidenciar que esos pares de ojos son sostenidos por algún cuerpo.
O, “bajo mis vellos, mi piel cae a pedazos”.
¿Dibuja con su cuerpo la serpiente sobre el polvo,
o es el polvo la fotografía del dibujo que es la serpiente?
Se espera que el público baje la cabeza y la mirada, intentando ver de frente a los pares de ojos que brillan desde la parte baja del escenario. Su empresa se verá interrumpida por el asiento de la fila de enfrente.
—Raúl Rueda