En estos momentos de incertidumbre, es evidente que necesitamos nuevas lenguas para enredarnos con los problemas que enfrentamos en el horizonte. Se dice que fue en la antigua China cuando un sabio, observando las huellas de las gaviotas en la arena mojada de una playa, comenzó a leer por primera vez. Se cuenta también que fueron los dioses los que enseñaron a leer a los humanos, cuando los adivinos interpretaban la naturaleza y sus figuras. Luego nos alejamos de esa lectura visual para desarrollar una escritura verbal, que termina convirtiéndose en una poderosa tecnología de control sobre el mundo. Aquel que tenga el poder, manejará el sentido de las palabras, y con ellas será capaz de administrar patrones de percepción y pensamiento. Los conjuros, los signos místicos gravados en la roca, las conversaciones con los animales o las escrituras secretas son lugares de resistencia donde lo no dicho genera un espacio a salvo, donde lo incomprensible se hace resistente. Muchos poetas y artistas lo entendieron, y buscaron pulverizar los límites del lenguaje para subvertir el poder y lo establecido, proponiendo diversas escrituras ilegibles que ponen en evidencia la relación entre el signo y su referente, entre los pares opuestos que se alojan en la base del pensamiento moderno.
Juan López (Cantabria, España, 1979) lleva años caminando por las calles de nuestras ciudades, deteniendo su mirada en lugares en los que el lenguaje deja de funcionar como debe, atendiendo a momentos en los que el signo se rebela. Como si éste fuera un verso suelto. Como si ya no tuvieran que explicar el mundo, y ahora pudieran hacer lo que quisieran. Carteles rotos, pintadas a medio borrar, letras descolgadas, luminosos reflejados en un cristal. Este interés por lo lingüístico y sus confines ha ido siempre acompañado de un trabajo en torno a lo arquitectónico, al espacio, a la percepción. T>X`T/ , su primera exposición individual en la galería Tiro al Blanco, vuelve a poner en diálogo lenguaje y arquitectura para buscar formas que originen nuevos espacios para la experiencia. Ahora es el propio edificio el que habla, la propia arquitectura de la galería – las formas y materiales que la conforman – la que escribe y genera una nueva serie de signos. A partir de gestos como frotar, añadir o quitar en superficies de paredes, suelos, columnas o arcos, se van creando nuevas unidades semánticas que propician un nuevo lenguaje inventado. Una serie de dibujos realizados a base de frottage sobre distintas superficies y nuevas esculturas en hormigón generan una coreografía entre materia y signo en una de las salas; en la otra una intervención en la arquitectura juega a desplazar el edificio para dejar que la arquitectura escriba; y en el exterior distintas formas se acomodan sobre cemento y ladrillo evidenciando la acción, y evocando el paso entre lo conocido y lo desconocido, entre lo palpable y lo impalpable.
Si la performatividad nace en el ámbito de lo lingüístico[1], ahora la propia agencia de materia, forma y gesto, baldosas, cemento y ladrillo, genera un lenguaje nuevo que vuelve a tener una agencia distinta, desconocida e imprevisible. Palabra y materia se encuentran e intercambian posiciones, conformando un recorrido en el que el cuerpo, lo performativo y el texto son los protagonistas. La materia se hace signo y el gesto se hace forma, dejando que un alfabeto incomprensible emerja de la piedra que conforma el edificio y se despliegue no solo en el papel, sino también en el espacio. Un alfabeto hermético que quizá no podemos leer, pero que propone nuevas formas de percepción física para imaginar otros modos de entendernos en el mundo.
Juan Canela