Hugo Montoya
Gainesville, Florida 1975
Mi práctica comienza con caminar. Camino en cada lugar que visito. Camino en los lugares donde todos están, centros de comercio y vías públicas de grandes ciudades, y lugares donde hay poca gente, playas escasamente pobladas por falta de servicios o vecindarios con transporte público limitado. A lo largo de estos paseos están los objetos que más me intrigan; restos de la vida de otras personas, baratijas y herramientas rotas, escombros arquitectónicos, metal deshecho de su función, pedazos de pavimento y piedra: la ciudad misma. A veces las cosas alguna vez vivieron; ramas y huesos de árboles, plumas y pieles. A menudo recojo piedras, de costas, de bosques, de estacionamientos y caen una contra la otra en el fondo de mi mochila. Se caen contra otras chucherías compradas en tiendas de abarrotes, mercados al aire libre y tiendas de segunda mano. Se mueven de lado a lado, hasta que todos logramos regresar a casa. En el Estudio, en la Ciudad de México, estas cosas se reconfiguran y relacionan, lentamente entre sí, en composiciones singulares, intuitivas y formales. No es raro que estas composiciones se sientan como cuerpos, o alguna parte del cuerpo, la carne misma, un rostro, una posición de estar sentado o de pie, una sensación de retroceso o lujuria. A veces las formas son emotivas, tiernas, precariamente equilibradas, y estoy satisfecho con el trabajo cuando siento que se ha descrito un estado del ser, un sentimiento, una postura. Estoy satisfecho cuando las obras son hermosas, y especialmente si son divertidas.