“Amarra los filos: ama a tu vecino[1]”
El origen de la escritura como la conocemos ahora tiene sus bases en la representación gráfica de imágenes que retratan objetos de índole icónica, la pictografía remontada al neolítico reconstruía escenas con dibujos hechos sobre piedra con objetivos de magia simpática o propiciatoria. El hombre obtenía a través de una serie de ritos «homeopáticos» el control del medio, y era a través de la representación como el artista obtenía una influencia determinante sobre aquello que se había representado.
Si la historia no miente (y lo hace), hubo un momento en que todas las palabras, dialectos e idiomas vivían prósperamente en un solo lugar. Forjados sobre la base de ese conocimiento, nosotros (nosotros, un pueblo singular) erigimos aquella infame torre en un intento de alcanzar al Dios omnipresente. Molesto por la audacia de su creación, castigó a los constructores cambiando su singularidad, reemplazando la unidad por confusión, aislándonos unos de otros con hostilidad e incomprensión.
¿Es posible llegar a las cavernas de Altamira con la mirada nueva y la frente en alto?
¿Qué secreto guarda aquel hotel de habitaciones infinitas, que incluso cuando llenas tiene capacidad para más huéspedes[2]?
[1]Paradoja del amor.
[2]Paradoja del hotel infinito de David Hilbert.